Vestía un vestido rojo, mi cabello caía de forma ondulada sobre mi espalda. La
noche era magnífica. Habitación 302, yo la compartía con un par de amigas,
todas nosotras íntimas de la novia. Ese había sido su sueño desde niña. La
ansiedad nos invadía.
El hotel era un edificio
imponente, de paredes empapeladas y enormes columnas de yeso. Ver esa enorme
estructura te hace sentir insignificante, como una hormiga en comparación con
un mamut. Solo Dios sabe cuantos pisos tenía.
Nuestro cuarto era modesto
y lujoso a la vez, un papel tapiz oliva y una guarda blanca recubrían la pared.
Tres camas simples, una pequeña sala de estar y un baño blanco en su totalidad.
Llegó la hora y caminamos
por pasillos luminosos, era sencillo notar que el hotel estaba atestado de
gente, incluido el personal de servicio.
Arribamos al gran salón. La
decoración nos deslumbró, aunque sabíamos exactamente el gusto de Carolina, y
era de esperarse.
Manteles color coral adornaban
las mesas, los centros eran fanales blancos con ramilletes de flores, era muy
fino.
La fiesta fue espléndida,
la comida fenomenal y nos divertimos bastante.
Con una de mis compañeras
decidimos retornar a la habitación, al cabo de un par de vueltas por pasillos
interminables nos dimos cuenta de que estábamos perdidas. Fue entonces cuando
alcanzamos a ver el resplandor que producía al reflejarse la luz sobre el
número metálico de una puerta. Era la 302, sólo era necesario atravezar un
trecho oscuro de no mas de diez metros. Sus paredes eran rojas y una especie de
marcos dorados colgaban de ellas, era escalofriante.
Mi amiga tomó mi mano justo
cuando iba a dar el primer paso.
-
¿Y si damos la vuelta? – Me leyó el pensamiento.
Continuamos caminando hasta
que en un momento el pasillo finalizó abruptamente, una pared blanca, no había
mas puertas, pensándolo bien hacía rato que no las notaba.
Sonó mi teléfono celular,
al atenderlo una voz grave me dijo: - Mirá la mano de tu amiga - Y al obedecer
una sensación de pánico se apoderó de mí. Sollozando intenté preguntar quién
era. Ella seguía ahí, parada, inmóvil, en un estado de shock. Di media vuelta y
con toda mi impotencia pregunté a la voz porqué a ella, y solo obtuve como
respuesta: - Mirá sus ojos- Al observarlos mi teléfono junto con mi mundo cayeron
al suelo. Eran vidriosos, rojos, inexpresivos. Fue allí cuando su cuerpo se
desmoronó en el suelo. Muerta.
Corrí eufóricamente por
esos pasillos que llevaban a la nada misma. Llegó un punto en el que me cansé
de correr en vano entre paredes vacías y totalmente blancas.
Caí sobre la alfombra y
yací allí por un tiempo indeterminado. Mi respiración era agitada, al levantar
la vista noté puertas nuevamente, esta vez abiertas.
Se miraban sonriendo, no eran la
pareja mas perfecta del mundo, pero habían enfrentado sus dificultades y aún se
mantenían en pié, no poseían bienes materiales en absoluto, si se ponían a
pensar mas de unos minutos probablemente todo el stress de las deudas abombaría
sus cabezas, sin ellos momentáneamente eran felices. No podrían quitarse los
ojos de encima por nada del mundo. Ella era tan jóven, su melena rubia formaba
una perfecta cascada hacia sus hombros, y él, nada podría describirlo mejor que
la palabra sencillo. No carecían de complicaciones mayores, o él no las
hacía perceptibles para no dificultar la existencia de las dos mujeres que mas
amaba. La niña era la luz de sus ojos, y esa tarde de enero se iría para
siempre, hasta dejarlos opacos.
Un descuido puede
modificar nuestras vidas irreparablemente. Una zambullida un minuto antes la
hubiera salvado. No se podía justificar.
Elena corría alegremente
por el jardín de la casa de su abuela mientras él arreglaba el jardín, un
segundo quitó la vista de ella, cosa que nunca había echo con anterioridad, y
no la vió más hasta hallarla allí, en el fondo, cubierta por una manta de aguas
y sumida en un sueño profundo del que no podría despertar.
La culpa carcomió sus cesos
hasta el día de hoy.
Por la primer puerta pude
observar a una pareja jóven, sabía quienes eran, yo misma había presenciado sus
momentos mas difíciles, y los mas felices también. Pero sus muecas
extrañas carecían de felicidad, era como si hubieran visto a un fantasma.
Al transladar mi visión a la otra
esquina de su cuarto observé aterradamente a una niña, cuyo pelo cubría la
mitad de su cara, parecía que hubiera pasado años debajo del agua, este líquido
cubría ya el suelo de la habitación, pero no era agua corriente, era llanto.
Alcanzé a escuchar ¿Porqué me hicieron esto? Y la puerta se cerró
repentinamente.
Giré mi cabeza y en la
puerta opuesta ví a una mujer de unos treinta años de edad, a juzgar por su
aparencia era una mujer adinerada y completamente consentida. Su cuerpo se
hallaba cortado y la sangre fluía por todas las paredes escribiendo algo que no
me fue posible leer. En el cuarto enfrente de mí un anciano corría despavorido
minteras cientos de rayos lo perseguían.
El hotel juega con tus
peores miedos, era imposible escapar.
Cerré los ojos, respiré
hondo, me puse en pié y continué mi recorrido, igual ya no sabía qué buscaba.
Nuevamente paredes limpias. Transcurrieron horas hasta que un pasillo desembocó
en un gran salón, era el de la boda, pero todo era diferente.
Carolina se encontraba
tendida sobre una mesa, el vestido tornó de blanco a carmín y la sangre ya
comenzaba a escurrirse por su mano que estaba levemente salida de la mesa.
A su frente estaba él, su
marido, con un enorme cuchillo ensangrentado. No se percató de mi presencia
hasta que pisé un vaso en mi intento de huída.
Me miró con sus ojos negros
e hipnóticos, sonrió.
Fue entonces cuando
desperté, estaba sobre una de las camas individuales dentro de la habitación
302, vestía un vestido rojo.
Era hora, una boca, Al
finalizad no tuve ni el menor problema en encontrar mi habitación.
Mucho tiempo ha pasado, ya
casi un año, al finalizar mi desayuno me dispuse a ordenar mi closet. Y
ahí estaba, deslumbrante como siempre mi vestido rojo.
Leí el diario, una mujer
habia sido asesinada por su esposo, quién luego se había dado a la fuga, su
nombre era Carolina.
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