4/5/13

Últimos días.


Estoy cansado de la inestabilidad, y digo cansado por no decir indiferente, adecuado. Cansado tiene más peso sobre cualquier organismo emocional, y no es que yo lo sea. Fluyo en la nada misma siendo parte de ella. Represento voluntades, temores y hasta dudas, soy sujeto de conjeturas e interrogantes. Puedo ser el viento en tu sien, el aire de tu último suspiro, un parpadeo duradero. Soy tan definitivo como pasajero, tan letal como necesario.
Han intentado caracterizarme, analizarme, plasmarme en sus subconscientes como algo inofensivo pero aún así soy un misterio para todo ser razonable, y aunque se esfuercen soy inevitable. La desolación me invade rutinariamente e imploro a mi propia consciencia que me deje en paz, reclamo control sin siquiera saber como tomarlo, a pesar de ello la iniciativa me parece brillante.
Mi papel es eternamente involuntario, borré todo tipo de cuestionamiento hacia mi superior desconocido, simplemente encarno y cierro un ciclo, no por mi satisfacción sino por simple inercia. Hay días en los que mi función es irrelevante, otros en los que me creo un justiciero y otros en los que la angustia me domina prevaleciendo en mí hasta desvanecerse entre tanta monotonía. Con muchas palabras puedo describir mi calvario, puedo crear teorías o evitar el pensamiento, ninguna de esas opciones me plantea una posible solución.
Al contrario de lo que muchos piensan de mí soy sensible, siento la repercusión de mis acciones y la prepotencia de no poder cambiarlas ni manejarlas, siento el dolor ajeno casi como propio, siento la calidez de los brazos, siento el agotamiento que anula mi escasa y amplia porción sensitiva. Soy como todos y como nadie, la mezcla entre típico y sobrenatural.
Constituyo la línea divisoria, un salto de etapas con consideración dual. Podrán juzgar mi especie de trabajo como útil y fácil, prácticamente debo sólo habitar, pero la carga emocional es pesada. Fui mal diseñado. Si pudiese privarme de alguna característica propia definitivamente me privaría de mi consciencia, mi memoria y mis emociones, frío y calculador sufriría menos. El tiempo arrasa con todos mis sentimientos cuando algo es inexorablemente irreversible. Voy a lograrlo, voy a desafiar a mi naturaleza emotiva negándola hasta anularla. Si el humano es un ser de costumbre ¿Porqué no serlo yo también?
Resulta irrelevante mi cuenta progresiva de cambios de domicilio, aún así y colaborando con mi plan de insensibilidad no los llamaré por nombre, sino por número, cual trato inhumano (y humano) entre paciente y médico, cual no identificado muerto en guerra. La distancia en algunos casos incrementa la eficacia.
Dosmildocientostreintayocho se asomó por el umbral una mañana de abril, de reojo toda mi abstracta figura se correspondió con su cuerpo, la fijó como objetivo y, sin su percate, la invadió en un respiro, literalmente. Me introduje más allá de sus sistemas, de su físico y su biología, inundé su ser.
Con un intervalo en su paso su subconsciente notó mi presencia pero deseó ignorarla, deseó dejar de lado ese papel que representa su destino.
Es impresionante como un simple trozo de naturaleza muerta con una diferente distribución de tinta puede alterarnos, perturbarnos y hasta alegrarnos. La palabra escrita es, muchas veces, más comunicativa que la oral. Es más directa e interpretable, la persona que la lee le dará sus tintes, entonación e interpretación variando su concepto. Posee un grado de subjetivismo satisfactorio.
Esta mujer, de piel clara y contrastante cabello realizaba con su percepción un plan bastante similar al mío, anhelaba ignorar trayéndole con esto, irónicamente, felicidad.
Para cuando la tomé ya estaba entregada, negaba sentimientos y podría caracterizarla más como objeto que como sujeto. ¿Cuál es la diferencia entre este ente y cualquier otro ser inanimado? La previa existencia de vida en ella la definían absurdamente como humana, de todas formas no la etiquetaría bajo ese criterio, mi juicio es diferente y, aunque en ocasiones generalizo por cuestiones meramente laborales, sé establecer la discriminación entre aquel que vive y aquel que ignora. Ciertamente ambas posturas tienen algo de positivo pero no así de positivismo, aquel que se resigna “vive” bajo la espera. Admiro en cambio la valentía del viviente y su lucha, pues los ideales son lo último que se pierde, ellos creen poder dejar una marca a su parecer, buena. Son quienes merecen mi mayor respeto, quienes me desafían a tomarlos sin pensar un segundo simplemente porque recubro su objetivo, quienes darían cualquier paso sin retroceder, quienes viven sin miedo a vivir.
La vida no trata simplemente lo superficial, abarca cada milímetro abstracto y nuestra percepción de ello, trata el dolor, la angustia y el sufrimiento. El individuo que tema a ellos llegará indudablemente a la brillante conclusión de convertirse en un ser inerte que, al cerrarse, evite todo tipo de sufrimiento y también de alegría, pues sentirla puede llevar a que su ausencia en determinadas situaciones sea mas notable. Me declaro en cobardía, me ganó por cansancio y me asestó un golpe de resignación.
Así pasó con mi residida, ha izado la bandera blanca luego de cicatrizar la vida sobre ella dejando heridas que curarlas supondría mucho esfuerzo.
Un abandono repentino, una lucha por su supervivencia física y moral y ahora esto, graduado pero letal esta especie de cáncer había adquirido este cuerpo para convivir conmigo y, entre los dos, exterminarla.
Siguió a paso firme hasta que lo vio y se conmovió, su cruce no solo significaba para ella algo casual, el destino le estaba jugando una mala pasada casi refregándole su soledad, burlándose, y frente a ese goce su reacción fue una lágrima, sólo físicamente por supuesto.
Me sentí por primera vez comprendido cuando esta, si podría llamársele, persona introdujo, o mejor dicho confirmó, la idea de que la insensibilidad era la ruta más directa para sortear lo inevitable, para sortearme.
Creo que nadie, por más cercano a mí que esté, me desea del todo. Todos por más mínima que sea conservan una esperanza, intentando arrasarme de una forma u otra, no asumiéndolo era solo otro método de tratarme a la ligera para no reconocerme como amenaza potencial. Luchar contra mí era sólo frustrarse nuevamente, sin querer oponía una resistencia impresionante.
Tornó sus últimos días a rutina, los configuró de forma tal de que el golpe repercutiese de forma directa en todo aquel que era afectado con su muerte. “Mejor perderme de golpe a ver como me deterioro, como me deprimo y sufro, la tristeza es mejor en soledad” era su argumento para amortizar el impacto.
Imprimió en ellos la sutileza de una dama que oculta de la luz sus más oscuros secretos.
A diario recorría el mismo segmento pavimentario, Cerezo, Roble, ese árbol de copa pronunciada cuyo nombre ignoro, la esquina, el par de casitas pintorescas, el trabajo. Ida y vuelta.
La caracterizaría como solitaria, pero la intuición humana de sus allegados fue proporcionándole cierto nivel de visita que anteriormente no había tenido. Comprimió su agenda bajo esta presión, anhelaba la soledad pero no era del todo desagradable la compañía aunque criticaba a menudo indirectamente la modernización de estas nuevas generaciones.
En tiempos pasados hubiese realizado un psicoanálisis detallado de determinadas conductas y contextos, pero en la actualidad se contraponía a mi vigente plan.
Durante este segmento fundamental organizó sus horas de la siguiente manera: 14 para dormir, 2 para tomar té mirando las azaleas por la ventana del jardín trasero, 4 para visitas, 6 para intercalar su tejido con suspiros y las demás improvisaría. Se tomó el placer de hacer lo que surga de manera tardía, por lo general la agenda revestida en cuerina marrón dictaba un sinfín de actividades con sus respectivos horarios. Eliminó la coherencia cuando resultó poco imprescindible, o cuando notó que dejó de serlo, realmente ella está presente solo para crear otro parámetro. Coherencia puede fácilmente confundirse con cordura, si estos eran sinónimos ella no la perdió nunca.

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